Los propios policías durante los interrogatorios y demás pruebas se dieron cuenta de que había sido un accidente, trágico, pero un accidente al fin y al cabo. En aquella pequeña comisaría se encontraron de nuevo todas las caras conocidas (y las que no lo eran tanto) que habían sido parte del desfase de la fiesta. Nadie despejado, nadie en su sano juicio, nadie decentemente sobrio como para aclararle a nadie la situación. Pero tampoco hizo falta. A Brian no le conocía nadie famoso o que pudiera hacerle daño... Y los que le conocían lo último que querían era verle muerto, así. Era una magnífica persona, completamente loco, pero por eso lo era. Después de tres largas horas contestando las mismas preguntas una y otra vez y bebiendo café de la máquina de aquella comisaría, Adam, John y Jamie se montaron en el todoterreno conducido por el hermano del primero, que también estuvo en la fiesta, pero se fue antes de poder comprobar lo que realmente hizo de ella una fiesta legendaria. Luke, el hermano de Adam, era una persona sumamente cotilla y siempre buscaba los tres pies al gato, pero por arte de magia, supo estarse los 20 minutos del trayecto hasta llegar a casa, cayado como una tumba. Llegaron, se bajaron dando tumbos hasta llegar a la puerta, igual de demacrados que al comienzo del día y con las manos en la cabeza, que les retumbaba a cada paso que daban. En aquella casa vivían los cuatro desde hace un par de meses. Amigos desde la infancia, ahora sobraba una habitación que había durado ocupada poco más de 60 días.
Los tres junto a Luke, cuales zombies, se apoyaron en el marco de la puerta de la habotación deshabitada y se quedaron embobados mirando al infinito vacío que se cernía ahora sobre ella. Aquel póster de Jimi Hendrix perdía su valor, la lengua gigantesca de los rolling stones en el techo parecía transparente, la colección de frikipolleces que tanto entretenía al cuarteto en las tardes de lluvia se había reducido a una estantería con tazas y figuritas de acción, ya no tenían significado ni recuerdos propios. Las fotos de toda una vida colgadas encima de la mesa, lucían como un simple corcho con caras difuminadas y borrosas. Una verdadera pena.
Pero allí estaban, sin un posible retorno en el tiempo, y adam fue el primero en darse cuenta. Como caído del cielo, como si acabara de aterrizar en este planeta, se fue deslizando por el marco de la puerta hasta quedarse llorando acurrucado en el suelo. John se limitó a agacharse ligeramente y darle unas palmaditas en la espalda reprimiendo sus lágrimas.
Jamie era débil y sensible, pero durante su infancia y adolescencia había procurado siempre no parecerlo, y con 20 años recién cumplidos seguía haciéndolo. Se retiró sigilosamente hasta su cuarto. Al quedarse en la puerta al igual que en la habitación de Brian, se dio cuenta de que aquella habitación ya no tenía casi sentido. Sus paredes, recién forradas, le recordaban demasiado a él. Todo un día imprimiendo fotos y frases y pegándolas por todos los rincones de esas cuatro apredes ellos dos juntos. Aquella lamparita de lava que siempre se quedaban los cuatro mirando como tontos, aquella Polaroid colgada del perchero... Ya no eran cuatro, ese era el problema. Deambulando por los pasillos y con la intención constante de no perder su reputación de "chica dura" que tanto tiempo le había costado ganarse, pasó por la puerta de John, siempre abierta, cerrada por esta vez. Al asegurarse de que nadie pudiese derrumbarla, decidió esconderse en el salón apra dejar fluir sus sentimientos. El etéreo salón adornado simplemente por un sofá de cuatro plazas, un sillón psicodélico y un montón de cajas aún sin desembalar amontonadas en un rincón, era muy triste. Demasiado para ella. Casi como si la acabaran de disparar, Jamie calló fulminada en el sillon de colores, y aún así no fue capaz de llorar hasta que no se cercioró de que nadie la veía.
Había estado más de 5 horas ante esa situación, pero ahora ya era plenamente consciente de todo lo que pasaba.
- Hola. - Dio un salto en el sillón. No sabía si por miedo o por vergüenza. Quizás se estaba emparanoiando, pero ella juraría que la voz que acaba de escuchar era la de Brian. Y más paranoia se creaba al girarse y ver a aquel chaval de ojos verdes que hace apenas unas horas estaba boca-abajo en la piscina.
Decidió que lo mejor era gritar. Su madre siempre la dijo que los gritos espantaban a las pesadillas.
- Estoy muerto, no sordo, joder Jam. - A pesar de los gritos, Jamie iba notando como la adrenalina y el horror fluía a chorros por su cuerpo mientras mordía cojines para conseguir que aquella "cosa que parecía ser Brian" desapareciese. Cuando ya estaba a punto de desplomarse por la presión de sus dientes con el cojín
, aflojó la mandíbula dejando caer el cojín y giró la cabeza hacía donde se encontraba aquel "ser". Allí solo estaban john y adam preocupados por los alaridos.
- Era una pesadilla, ¿no? - Preguntó Adam mientras le tocaba la cara a la chica.
- Si... ¿es normal? Quiero decir, ¿me va a pasar constantemente, Adam?
- Supongo... todavía no hemos terminado el cursillo de "Sueños y traumas" en psicología.
- Viene bien tener un psicólogo o proyecto de psicólogo en casa para estos casos, ¿eh? - Dijo John intentando aflojar la situación.
Aunque ya estaba ella más calmada por el hecho de saber que había sido todo un mal sueño, y que ninguno de los otros estaban viendo a Brian sentado en su parte del sofá, o lo que fuera que ella veía, aún tenía un presentimiento, corazonada, miedo. no le daban miedo los fantasmas, y mucho menos si el fantasma era uno de sus tres mejores amigos, lo que temía era tener que cargar toda su vida con el peso de soñar con él, de sentirle a cada paso.
Todo este sentimiento, esta sensación, se acrecentó cuando al mirar entre las cabezas de john y Adam apareció la cabeza de Brian. Pero no se asustó, no quiso gritar hasta que desapareciese, ahora sintió paz al ver su penetrante mirada y su sonrisa niñada en su cara marcándole los hoyuelos que a tantas chicas habían conquistado. No se sintió en peligro, más bien todo lo contrario. Y esque esa mirada podría cambiar el mundo.
- Ya estoy mejor, gracias chicos. ¿Podéis dejarme sola otra vez, por favor?
- Claro enana. - John guiñó un ojo como siempre mientras e despeinaba el flequillo, como siempre. Le dio un beso en la frente, como siempre, y se fue detrás de Adam, cabizbajo y abatido, eso no era como siempre.
Antes de oírles cerrar las puertas, "Brian" se volvió a sentar en el sofá, junto al sillón en el que Jamie estaba sentada.
- Se agradece bastante que ya no grites, la verdad.
- ¿Me vacilas?
- ¿Por qué tendría que estar vacilándote? Estoy muerto, no tengo necesidad de hacerlo. Si estuviese vivo, sería gracioso, pero no, ahora no hace gracia. Aunque pensándolo bien, sí, ¡sigue siendo gracioso!
- No, en serio Brian, o lo que seas...
- Soy Brian. ¿Me he muerto hace menos de un día y ya no te acuerdas de mi?
- ¿Eres una pesadilla o una alucinación o algo, no?
- No. Pero podría serlo perfectamente, porque hija... Con lo que tomaste ayer... podrías ver a una morsa bailando claqué.
- tú también ibas fino, solo hay que verte, estás muerto por eso, no eres el mejor para decirme eso. Espera, Jamie, céntrate. Vale. - Dijo hacia sí misma- Sigues sarcástico y bobo como siempre, seguro que eres un recuerdo o algo... Igual es por el sentimiento de culpa.. creo que leí algo sobre eso en los apuntes de Adam...
- ¿Sentimiento de culpabilidad? Eh, eh, eh, espera, para y rebobina. Te sientes culpable, ¿en serio?
- No.. no sé, igual... eso explicaría que estés aquí.
- No verásd, te explico. Yo al morirme llegué a un lugar y en la puerta del sitio, que podría ser 2el cielo" oa lgo, me dieron un mando y voy eligiendo quién me ve y esas cosas.
- ¡¿EN SERIO?!
-- Hahahah, ¡qué va!- Ella le miró con cara de odio, pero riéndose a la vez. La expresividad que Jamie era capaz de manejar, la había ahorrado cantidad de palabras durante toda su vida, y en este momento, no era menos.
Después de apenas 30 segundos de silencio que aparentaron ser tres horas, Brian continuó o más bien, comenzó su historia, de verdad,